sábado, 27 de agosto de 2011

El destino a la vuelta de la esquina.



El se bajó en Anchorena.

Ella subió en Pueyredon. Se sentó en su mismo asiento sin saber que antes había sido de el.
Bajó en pleno centro y llegó a la oficina con el timing perfecto, tantas veces ensayado. A lo largo del día hizo numerosos llamados. Uno de ellos fue a un tal Julio Carri.
No sabía que él se sentaba en el escritorio justo en frente de Julio.

No sabía siquiera que él existía.

Volvió a casa a la hora de siempre. Lo cruzó por la calle como casi todos los días aunque todavía sin notarlo. Ella abstraída en la música de su i pod; él tarareando quizás la misma canción.

Antes de llegar paró a comprar cigarillos. Las monedas que le dieron de vuelto son las que había usado él para comprar la Cindor con que desayunó esa mañana. Justo después de bajar del 152 en donde ella tomó su asiento.


Otra vez subió en Pueyredón.

Él volaba entre las ultimas paginas de un libro que ella había terminado no hacia mucho tiempo. Un desenlace atrapante: quizás por eso se había pasado dos paradas. Cuando levantó la vista saltó del asiento y se tiró en Uriburu. Lo vio saltar con destreza y correr por Santa Fe esquivando peatones. Ella pensó que la gente cada día estaba mas loca, y se apuró a agarrar el asiento ahora vacío.

Otra vez llegó puntual al trabajo. A media mañana tomó una reserva a nombre de Escribano: una reserva más del montón. Ese apellido todavía no le decía nada.

Por la tarde fueron al mismo supermercado con 20 minutos de diferencia y esa noche al acostarse, los dos hicieron zapping entre los 79 canales de cable y eligieron el mismo documental sobre parques nacionales en el canal Encuentro.

Todavía sin encontrarse...

Durante años se vieron sin mirarse, compartieron colectivos, asientos, colas de supermercado, programas de televisión, canciones y veredas…

Fue en un bar en Belgrano 5 años después del día en que él terminó el libro y saltó del colectivo.
Por fin se miraron, se acercaron el uno al otro y conversaron como los desconocidos que no eran.
Entre otras cosas hablaron de literatura y comentaron el final atrapante de aquella novela.

Él se ofreció a acompañarla a la casa, sin saber que sería el mismo recorrido de cada día, y esta vez juntos, bajaron los dos en Pueyredón.

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