lunes, 7 de junio de 2010

Atilidilandia

Me llevó un largo tiempo descubrirlo, pero estoy convencida: Atilia vive en un planeta naranja. Si, si. Así como lo digo, tal como suena y como creen que lo escucharon: un planeta naranja. Es un planeta dentro de otro planeta. Por decirlo de alguna manera, un planeta privado o “unipersonal”. El único ser que entra allí es Atilia.
Creo que si me llevó tantos años descubrirlo es porque aún ni siquiera ella lo sabe. Y ahora que yo lo se, tampoco quiero decírselo, claro. No por egoísta ni porque sea un secreto, pero calculo que Atilia no necesita saber de su existencia, simplemente vive allí, y con eso debe alcanzarle.
¡Ojala yo tuviera un planeta como el de Atilia!

Después de años y años de una minuciosa investigación entendí todo a la perfección, bueno… casi todo. Igual voy a intentar explicarlo, aunque no creo poder transmitir lo que sentí cuando descubrí Atilidilandia (como llamo ahora al especial planeta naranja de Atilia).
Atilidalandia existe, aunque muchos lo nieguen sólo porque no pueden verlo. A decir verdad, tampoco yo lo he visto nunca, pero aún así, se que es real. Atilidilandia dista mucho del planeta tierra, más bien se parece a Júpiter, o a Saturno. Su superficie no está bien definida. Todavía no he podido saber si es de vidrio, acrílico, espuma, agua o gas. No. De vidrio o acrílico seguro que no, más bien será de gas, o de espuma. Si, creo que es de gas. Nada rígido, es un planeta suavecito y transparente (pese a su tonalidad naranja, como ya les he contado).
No importa, el caso es que Atilidilandia, sea de lo que sea, tiene una cualidad muy especial: no estoy seguro de que querer revelarlo, pero creo que algo tan especial merece ser compartido. La atmósfera que recubre Atilidilandia es invisible a los ojos de cualquiera de otro planeta. Sólo unos pocos afortunados, habitantes de mundos similares (tal vez universos azules o verdes) logran ver una vez cada tanto, el “cielo” de este planeta.
Si bien invisible a los ojos, la luz de Atilidilandia tiñe todo aquello que se ve desde adentro con su tenue anaranjado. Por si no lo entendieron, Atilia, aquella única personita con el privilegio de atravesar los muros de Atilidilandia desde adentro hacia afuera, percibe todo con su mirada en una mezcla de diversos colores cálidos, en tonos entre el naranja y el amarillo pastel. Todo indicaría entonces, que para ella un día nublado jamás podría ser gris, y que las lágrimas son tal vez amarillas. Que la gente viste brillantes colores y el cielo aparenta estar siempre amaneciendo.

¿Parece un extraño planeta, verdad?.Creo que Atilia también lo es.
Pero eso del colorido no lo es todo. Hay algo más curioso aún sobre su tierra. Lo confirmé con los años, en escasas ocasiones en que pude estar junto a ella en un inmenso silencio. Música. Música, música y más música resuena en el ambiente y se filtra por sus paredes de gases naranjas. Me hace creer que hay alguien más en ese mundo privado, que alguien se ocupa constantemente de cambiar los CD s o subir y bajar el volumen, pero no, allí solo hay lugar para Atilia, que a ratos no puede contener tantas notas y lanza algunos acordes al mundo del otro lado.
La música brota constantemente, y si bien no siempre puede oírse con facilidad, las vibraciones de los acordes recubren a Atilia y hacen vibrar a cualquiera que cruce su camino. Y si lo digo con tanta certeza es porque también a mi me ha tocado vibrar al ritmo de sus estados anímicos.
No siempre es el mismo tipo de música, claro está. Música al fin. Si prestan atención, verán a Atilia moviendo levemente las articulaciones, marcando el ritmo con el pie, murmurando por lo bajo o simplemente esbozando una sonrisa. Baila. Baila desenfrenadamente en su universo del cual los mágicos gases disimulan el movimiento. Y seguirá simplemente bailando, a cada momento, dentro de su mágica burbuja. No importa que suceda. Contagiando al planeta tierra con sus alegres vibraciones, cantando a la creación con el alma.
Y yo seguiré caminando a su lado, descubriendo sus secretos, leyendo su transparencia. Seguiré caminando al ritmo de sus vibraciones y absorbiendo a cada paso su música. Y sé, que reflejado en esa atmósfera invisible de Atilidilandia, descubriré por fin, de que color es mi propio planeta…

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