lunes, 18 de abril de 2011

Teresita Tucita- Capitulo 9

“Te invito a pasar el día en una isla, es por acá cerca, no podes decirme que no. Te paso a buscar mañana a las 9, te parece?”
Teresita no puedo negarse. Era un buen plan, tenia que reconocer que hacia mucho tiempo no le proponían una cita tan fuera de lo convencional. El dia en una isla…sonaba bien, entretenido, sobre todo era una buena oportunidad para aprovechar el sol en una tarde de primavera.
Le costó decidir el atuendo. Nada era lo suficientemente cómodo para afrontar un día entero en la naturaleza y a la vez lo suficientemente sexy como para una segunda cita. Se decidió por unos pantalones de algodón blancos y una remera de lo más sencilla que no decía demasiado.
A las 9 en punto sonó el timbre. Salió de su casa y buscó con la mirada entre los autos estacionados para ver en cual lo encontraba. Para su sorpresa salió apurado del kiosko de la esquina y se acercó a Teresita corriendo: “Compré chicles para conseguir monedas” le dijo, “vos sabes en donde para el 63?”. También él había elegido el blanco en sus bermudas.
Caminaron unas cuadras hasta la parada mientras él explicaba paso a paso los planes para el día: “Bueno, ahora nos tomamos el colectivo hasta la estación de tren, de ahí será una hora mas y por ultimo la lancha colectiva hasta la isla. Ponele que a eso de las 12 estemos ahí”. Teresita ya sentía la fobia a la isla, con semejante viaje de vuelta, las ganas de aprovechar el sol primaveral se evaporaban a la luz del astro.
El viaje en colectivo fue bastante breve o al menos la conversación estaba entretenida y el tiempo pasaba más de prisa. El había pagado los pasajes, así que Teresita se apresuró a comprar los boletos de tren, creyendo que compartir los gastos la libraba del compromiso de tener que retribuir de otra manera. Boleto en mano se acercó al molinete que llevaba a los andenes. No es que Teresita viajara demasiado seguido en tren…se paró frente a la maquina y la observó desafiante, intentando descifrar en donde meter el boleto para que el molinete finalmente girara. La maquina no parecía tener ranuras. Ella no reparó en la cantidad de gente que se giraba para verla, tratando de comprender que era lo que buscaba en el molinete. El la miraba atónito sin reaccionar del todo; si hubiera comprendido lo que intentaba hacer la hubier ayudado. Teresita seguía con la vista fija en la maquina, vió un cartel que decía “apoye aquí su tarjeta y dudosa (el boleto no parecía tener ninguna banda magnetica) lo apoyó. Total con probar no perdia nada, y ese molinete estaba haciendo todavía mas largo su periplo hasta la isla. Nada sucedió, como era de esperar. Sumida en una profunda vergüenza por no poder contra una maquina tan básica, Teresita levantó la mirada en busca de auxilio, con los pómulos rojos de la vergüenza se giró lentamente, y entonces descubrió la puerta abierta de par en par que se hallaba a su lado. El le hacia señas de que se apure con un pie arriba del tren.
Pasaban las estaciones, pasaban los vendedores ambulantes, pasaban lo minutos y no parecían llegar a ningún lado. Bajaron en la última parada, orgulloso del plan que había organizado él guiaba la excursión con paso acelerado. Teresita lo seguía casi trotando, feliz de haber optado por zapatillas y no tacos.
A medida que se acercaban al agua, los mosquitos empezaron a dar el presente. Es cierto, más que mosquitos parecían elefantes voladores, pero Teresita jugaba a karate kid intentando atraparlos, mientras su compañero tiraba piñas para todos lados con cara de miedo. Empezó a sentirse el hombre de la pareja.
La lancha colectiva era para 20, pero solo estaban Teresita y su cita. El viaje transcurrió en calma, el agua estaba mansa y apenas si se mecía la barca levemente. Ella disfrutaba del sol en las mejillas y la brisa de mar que revolvía su pelo. El se aferraba con dos manos al asiento como si estuviera en una montaña rusa.
Llegaron finalmente a destino, casi como estaba previsto, alrededor del mediodía. La isla parecía desierta, salvo por los mosquitos que seguían acechando al muchacho mientras el reboleaba los brazos como un locomia.
Se sentaron a tomar algo en un barcito que asomaba a lo lejos. El día estaba increíble, el sol brillaba como nunca y sin rajar la faz de la tierra. Pidieron dos porrones de cerveza que llegaron en seguida (no había mas nadie que atender en aquel sitio) y Teresita le dio el primer sorbo sin pensarlo. El dudo instante, miró a su alrededor y luego le encargó al mozo que le trajera un vaso.
Lo dejó invitar el almuerzo aunque no estuviera del todo convencida. En medio de la charla un perro se acercó a la mesa en busca de una porción de pizza y él saltó en su silla como si hubiera sido un león hambriento. Teresita le acariciaba la cabeza, el perro despedía un largo hilo de baba pegajosa y él se esforzaba por disimular una cara de asco que nunca pudo esconder.
La vuelta fue aun más trágica. La lancha colectiva ya no circulaba por falta de gente, por lo que tomaron un “taxi acuático”, es decir: una lanchita que podría haber sido en otra vida un cajón de verduras, cuatro tablitas clavadas y un motor de la prehistoria. De solo verlo Teresita se preguntaba como haría para flotar y su compañero se persignaba en cada paso que daba hacia el muelle. Intuyo que habrá estado maldiciendo el momento en que planeó la salida, pero era demasiado tarde, nada apodia ser peor que quedar varado con los mosquitos y el león hambriento.
Subió al bote casi temblando y no emitió sonido en todo el trayecto. La lanchita surfeaba las olas y su estomago estaba a punto de originar un tsunami. Teresita se sentía Pokahontas en su versión mas metalera mientras cantaba a los gritos para ganarle al sonido del viento.
Para reivindicar su condición de caballero la acompañó a la casa. Eran las 10 de la noche cuando llegaron y pese al cansancio del día, Teresita se veía venir la interminable despedida y el beso de cierre que pagara el almuerzo. La charla se estiraba poco a poco, no quería hacerlo subir, pero tampoco parecía que el final fuera inminente, por lo que ella decidió tomar asiento en el escalón del hall de entrada. “Sentate”- lo invitó, como para compensar lo descortés de no hacerlo subir a su casa y dejarlo una hora mas parado en la puerta. “Esta bien, no te preocupes, no quiero que se me manche el pantalón blanco”- respondió.
Teresita se paró arrastrando lo menos posible sus babuchas por el suelo. Tarde; ya estaban gris oscuro, pero eso no le quitaba el sueño. “Que tengas buenas noches” le dijo, mientras le daba un beso en la mejilla que no pagaba ni los chicles de la mañana.
“Vos también, la próxima te invito al cine”.

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