miércoles, 11 de mayo de 2011

TEresita Tucita- Capitulo 12

Lo sacó de internet. Esos contactos que no se sabe de donde salieron ni porque están en la lista de amigos. Esas personas que nos regala la cybernautica, que no siempre resultan un regalo agradable, pero que según Teresita “por algo llegaron a nosotros y entonces hay que darles una oportunidad”. Al fin y al cabo nunca se sabe en donde puede estar el amor de tu vida, antes se decía que quizás a la vuelta de la esquina, ahora puede ser a un click de distancia…la modernidad liquida.
Estaba ahí latente hace tiempo, pero nunca cruzaban mas que un par de palabras. La cita surgió en una noche de invierno en la que los corazones solitarios se debilitaron por el frio. “¿Nos vemos entonces?”-
-“Dale, pasame a buscar y vamos a tomar algo”- contestó Teresita mientras pensaba “total, una mancha mas al tigre…”
Se vieron el viernes siguiente. Sin preámbulos. De tanto charlar era como si ya se conocieran, lo que redujo el nivel de nervios habitual en Teresita antes de sus encuentros. Sonó el timbre y ella salió a su encuentro de punta en blanco, como siempre. Subió al auto sin pensarlo, lo saludó con un beso en el cachete y se abrochó el cinturón. “No es que te tenga miedo eh…solo para que no nos hagan la multa”.
El puso primera y en pocos minutos estuvieron sentados en un bar, charlando como grandes amigos con un par de cervezas de por medio. Era temprano, como mucho las 10 de la noche, la conversación estaba entretenida y el mozo se encargaba de que la cerveza no falte. “¿Comiste?” preguntó él después de la cuarta cerveza. “No, no, pero no tengo hambre”. (Típica respuesta femenina. ¿Porque será que las mujeres tienden a hacerse las anoréxicas frente a los hombres, aún cuando su físico, no siempre privilegiado, demuestre que esa tendencia no es real?). Teresita estaba aprendiendo. Después de reiterados percances con comida entre los dientes, prefería no arriesgarse. “Yo no cené”- dijo él- “Pero no vale que me dejes comiendo solo”. Ella no cambió de opinión y él se guardó el hambre en el bolsillo. Pidió otra cerveza y siguieron charlando como si nada.
La noche avanzaba, la conversación sorprendentemente seguía siendo dinámica e interesante, y Teresita empezaba a creer que Internet era mágico. “Por algo lo pusieron en mi camino, somos el uno para el otro” pensaba mientras trataba de concentrarse en lo que él contaba, y el alcohol la hacia delirar por su propia nebulosa. Solo volvió en sí cuando escuchó la voz del muchacho que con un tono sensual dijo “ ¿La seguimos en casa?”.
No hubo beso, ni intento, ni nada. Pero la noche se veía prometedora. “Vamos”- dijo ella. Él pagó la cuenta y salieron de la mano.
Subieron al auto y Teresita se abrochó el cinturón. Esta vez no era por la multa. Evitaron los controles e alcoholemia y llegaron, gracias a Dios ( y realmente fue gracias a Dios), a la casa del susodicho. Estacionó en la puerta como pudo, y una vez apagado el motor, miró a Teresita a los ojos y dijo “Perdón”.
-“¿Eh?” Contestó Teresita. “¿Perdón por que?”. Pero él no llegó a responderle; abrió la puerta del auto, asomó la cabeza como si fuera a tirarse debajo de éste, y el sonido y el desagradable y el aroma a cerveza rumiada dieron a Teresita la respuesta que buscaba.
La noche finalmente se ponía negra. Con el estómago vacio bajó del auto, y Teresita se lamentaba mientras él intentaba embocar la llave en la cerradura.
Cualquier dejo de erotismo que hubiera habido en el pasado quedó de lado. Lo acompañó hasta su cuarto y trastabillando logró meterlo en la cama. Si alguna vez se había imaginado jugando a la enfermera con un hombre, la escena había sido bastante diferente. En un rapto de querer compensar, él intentó acercarse a su boca. Ella saltó de la cama, la combinación de etílico y vomito resultaba lo suficientemente desagradable como para negarle un beso al mismísimo Brad Pitt. “Nos vemos otro día, dale?”. Pero él no contestó; dormía como un nene hecho un bollo en el rincón de la cama.
Agarró las llaves de la mesa de la cocina, bajó los 7 pisos en el ascensor, abrió la puerta y la trabó con una de sus botas. Subió con el corazón en la boca rezando que a ningún inoportuno se le ocurriera llevarse el zapato de cenicienta; dejó nuevamente las llaves en la mesa, cerró la puerta del departamento y bajó otra vez los 7 pisos, esta vez rogando que nadie hubiera cerrado la puerta.
Usó su cuota de suerte en ese minuto. Se puso la bota izquierda, dejó que la puerta se cierre tras de si, y se sintió huir como una ladrona a la que esta vez le habían robado de entre las manos, la noche perfecta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario