sábado, 8 de mayo de 2010

Trapitos al sol en altamar 4

Miércoles 04-06-08

Comencé a escribir desde la “intimidad” de mi cama. Me acuerdo antes de embarcar mirando videos de cruceros en internet: “¡y tienes tu espacio de intimidad! “ –decía la voz en off, mientras el marinerito cerraba la cortina de su cama. Nunca nada fue tan cierto. Toda la intimidad que se podía tener en una cabina de 2 metros por 2 metros, compartida entre 4 personas, estaba escondida detrás de la cortinita que “cerraba” cada cama. Yo aproveché esa intimidad para crear mi propio mundo zen: colgué una tira de grullas de colores que me había regalado Pili antes de salir y alguna que otra foto.
En ese micro hábitat empecé a redactar lo que había sido mi miércoles, a las 3 y media de la mañana, cuando por fin llegué a la cama:
El día arrancó a las 10 menos cuarto. Otra vez el Café Plaza, que al menos comenzaba a hacerse familiar. Me tocó zafar del simulacro porque alguien tenía que quedarse siempre de guardia, así que llamémosle suerte de principiante, mientras todos los tripulantes pasaban por el bar con su chaleco salvavidas puesto, agitados después de subir al menos 8 pisos por la escalera, yo servía uno que otro cafecito. Me tocó quedarme hasta las 3 de la tarde, con media hora de recreo para almorzar en el medio.
Ni bien me liberaron, pasé a buscar a Majo por su cabina para ir a tomar unos mates al deck 7.
Majo: si si, la gran culpable de todo esto. Un año atrás, charlábamos sobre la vida en altamar, tiradas en el verde pastito del Albert Park en nueva Zelanda. Ahí fue donde nos conocimos por medio de Celi, una amiga en común, y dónde nos hicimos muy amigas. (Tan amigas que hasta le perdoné haberme enganchado en el Zenith!). Un personaje sinceramente para recordar, una enana grande.
Los mates con la petisa terminaron a las 5, cuando tuve que ir a la oficina del Crew Purser a terminar de tramitar mi Crew Pass. Comí algo rapidito y adivinen ¿en donde arranqué de nuevo a las 6 de la tarde?...si, ¡en el Café Plaza!
Como me suele suceder en el trabajo, y sobre todo cuando soy nueva, me mandé las mil y una. Entre ellas, ante la falta de cocteleras tuve que batir las caipiriñas con la mano (obviamente, jamás a la vista del público). En definitiva: ojos que no ven….¡es mi mejor coartada!.
En el medio de la noche me tocó ir un rato a Rende Vous, me sentí una inútil. El no saber donde están las cosas y la cantidad de gente que me atosigaba cuando todavía no sabía ni los tragos de memoria fue bastante frustrante.
Cerramos Plaza a las 2 am. Para controlar las horas que trabaja cada uno (no se para que, porque nunca nos pagaron por hora, ni fue equitativa la distribución de horas entre unos y otros), al comenzar la semana teníamos que llenar una planillita en donde, día por día, poníamos la hora de entrada, la hora de salida a almorzar, la hora de vuelta, y así todos los intervalos que hubiéramos trabajando. Esa planilla tenía que estar siempre, siempre con nosotros, en el bolsillo, y al día. Mejor dicho, al minuto, totalmente actualizada. Imagínense la planilla después de que le cayeran 2 mojitos encima y doblada en 8 durante 7 días. Llegaba al domingo totalmente destruida. Lo más problemático de todo era la suma al final de la noche. Dos de la mañana, cuando la cabeza y no daba ni para dos por dos, y de golpe sumar horas minutos y segundos: 2 hs. 12 minutos, mas 3 horas 15, mas 6 horas 47, mas 35 minutos…me llevo dos semanas acostumbrarme a hacer las cuentas.

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