viernes, 29 de abril de 2011

Teresita Tucita- Capitulo 11

No tenia apuro. Amaneció con la alarma de la tele y gastó su primera media hora del dia en ver los detalles de la boda Real. Entre el sueño y la vigilia su cabeza paseaba a través de la multitud abultada para ver el espectáculo y ella creía descubrirse a lo lejos llevando un deslumbrante vestido blanco lleno de volados y sosteniendo un ramillete de jazmines cuyo aroma impregnaba la imagen. Los cientos de millones de asistentes coreaban su nombre y Teresita más desinhibida que nunca saludaba a la multitud con la mano libre de ramo, paseando a un lado y otro de su tocado recogido con strass.
El locutor del noticiero anunció la hora y la temperatura y Teresita viajó de Londres a su cama en vuelo directo. Hora de levantarse y devolver el príncipe a su princesa.
“Yo voy a encontrar un príncipe propio” – pensó “HOY, voy a salir a buscar a mi príncipe”.
Se vistió con dedicación y esperanza. Un vestidito corto que dejaba ver gran parte de sus piernas, con un corte arriba de la cintura que remarcaba más aun sus curvas ya pronunciadas por naturaleza. Se planchó el pelo, escondió entre la melena dos grandes aros que brillaban con el reflejo del sol y con un poco de rimmel y rubor se sintió lista para ir en busca de su hombre. Casi como la princesa de la boda real. Casi.
Subió al subte con mucha actitud, controlando el calor que subía por su cuerpo al recibir tantas miradas. “wow, si valió la pena el esfuerzo”- se dijo “ ¡hoy mato!”. Apenas entró se paró delante de un hombre sentado y se tomó con fuerza del pasamano. El hombre la miró un momento de pies a cabeza y no tardó en ofrecerle el asiento. “No gracias, estoy bien”- contestó Teresita que ya no pudo contener la coloración express en sus mejillas. Y con cara de desentendida sacó su reproductor y se abstrajo en el mundo de la música para olvidar el mal trago.
Bajó del subte antes de lo debido, solo por evitar las miradas del hombre que evidentemente, todavía intentaba descifrar si la panza era o no de embarazo. Él no era el único que la miraba, pero el resto debían contemplarla por su belleza, estaba claro. No había pasado horas frente al espejo solo para que le insinúen un embarazo que no tenía ni padre hipotético. Su autoestima había empezado a desmoronarse, pero quedaban todavía los restos de esa fuerte creencia que habían arraigado en su mente desde chiquita los parientes más cercanos: su abuela y su madre que no paraban de repetirle una y otra vez mientras aplastaban sus cachetes lo linda que era. “No pueden haberme mentido, si debo ser una chica atractiva” se dijo, y bajó del subte siendo una vez más el centro de todas las miradas.
Caminó seis cuadras hasta llegar al trabajo. En la cuadra número cuatro, un señor de edad se dio vuelta a su paso y casi tropieza con el cordón de la vereda por mirarla. “Viejo verde”-pensó. Y siguió caminando a paso ligero. En la cuadra cinco pasó por una obra en construcción y lo minimo que le dijeron fue “tu papa debe ser jardinero, para sembrar una flor en semejantes macetas” . Lo tomó como un cumplido, y siguió su andar con la frente en alto.
En la cuadra seis, justo antes de llegar, pasó delante de una puerta espejada y la vanidad del día la llevó a contemplar su reflejo. Al primer vistazo no quiso creerlo, pero le bastó un segundo más para comprender a que se debían tantas miradas.Un gran culo al aire! Debió haber sido cuando fue al baño antes de salir de casa, si, como minimo una hora atrás. Minimo un subte y seis cuadras atrás, que en su ropa interior había quedado atrapada toda la falda del vestido. Al aire libre iba su bombachon de abuela color hueso. Al aire libre sus maceteros gritando a los cuatro vientos por favor Teresita larga los postres! Y ella que iba orgullosa meneando las caderas de lado a lado, creyendo que admiraban su belleza, cuando se estaban deleitando con un show de pseudo nudismo.
Se soltó rápidamente el vestido atrapado y sintió como cesaba el chiquete por la cintura. Como no se había dado cuenta antes!. Apuró el paso más que nunca manteniendo la actitud de siempre.
Ese día volvió temprano a casa, cambió el subte por colectivo para evitar encontrarse de casualidad con las mismas caras que en la mañana. Apenas subió al 59 un señor se apresuró a dejarle el asiento, pero esta vez, sin sonrojarse ni un poco, se acarició la panza y sonrió.
“Dos veces en el día me ceden el asiento, dejemos de lado la causa. Hoy no habré encontrado a mi príncipe, pero me trataron como a una reina”.

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