miércoles, 25 de mayo de 2011

Teresita Tucita - Capitulo 15

Cualquiera se enamora en unas vacaciones en Brasil, a orillas del mar, todos quemaditos, relajados…. Por algo el famoso amor de verano, la situación está dada, todos bien predispuestos. Teresita no pudo esperar a llegar a la playa.

Salieron de Retiro, eran tres amigas y muchas horas de viaje en Bondi hasta Florianópolis. Cuando las vacaciones son gasoleras, 24 horas de viaje no son nada. Una mochila con poca ropa, i pod y cartas para matar el tiempo y un buen marcador para repasarse la raya después de cruzar la frontera.

Las primeras dos horas fueron entretenidas. Entre las ansias del viaje y la charla de rutina, pasaron volando. Mientras afuera se veía caer la noche, las luces del ómnibus se apagaron de repente y Teresita se preparó para dormir.

“¿Me acompañas a fumar un pucho adelante?”. Su viciosa amiga.

“Vamos”- Respondió Teresita que pensaba aprovechar la caminata para estirar un poco las piernas.

Se instalaron en la cabina del chofer y a cambio del espacio para fumar le ofrecieron cebarle unos mates. Su compañero aprovechaba la hora del descanso, así que uno de los asientos quedaba libre, y a decir verdad, era un asiento bastante más cómodo que los de pasajeros.

Se acabó el cigarrillo, pero la charla estaba amena, el mate todavía calentito y Teresita demasiado cómoda. Su amiga volvió atrás a dormir, pero ella se quedó charlando con el Chófer.

Wow! Un hombre lleno de proyectos, con muchos planes a futuro. Así como manejaba de bien el colectivo parecía manejar su vida. En cada curva Teresita aprovechaba para acercarse un poco más a su lado y se incorporaba de nuevo para servir el próximo trago. Por el parabrisas gigante se veía un cielo despejado y lleno de estrellas y no existía nada de lo que no fuera iluminado por los ojos del colectivo: por sus ojos.

Seguían pasando las horas y la conversación era cada vez más interesante. Por cuestiones de incomodidad en la evacuación debieron suspender el mate, pero ya no necesitaban excusa, Teresita no tenia ninguna intención de volver a su asiento. Su amiga volvió cuatro o cinco veces a seguir fumando, pero terminaba el cigarrillo y notaba la tensión en el aire, por lo que volvia a su asiento antes de que se queme la colilla.

Ella lo miraba constantemente; el no movía la vista del camino, pero sus manos se encontraban en la palanca de cambios. Leían juntos los carteles de la autopista y Teresita ya casi se sentía que estaba llevando a esa gente a destino. El viaje de 24 horas pasó en un abrir y cerrar de ojos, y cuando Teresita quiso darse cuenta, ya estaba en la tierra de la caipiriña y la capoeira.

Él le alcanzó la valija del depósito como a cualquier pasajero y se despidieron con una mirada cómplice pero no más que eso.

Teresita pasó 16 días increíbles en las playas brasileras, rodeada de torsos esbeltos y coloridos, de sungas brillantes y abultadas; pero pensando en el Chófer.

Cuando llegó a la estación de Florianópolis el día 17, casi desperdicia una lagrima al ver los cuatro colectivos de la empresa formados en línea uno al lado del otro. Tantos recuerdos…ese parabrisas que reflejaba la noche, era como una gran pantalla de cine contando la historia de amor que no había sido.

No sabía en cuál de los 4 colectivos tenía que subir, pero quería terminar con esa escena en cuanto antes. Cuando finalmente anunciaron el móvil que salía a Buenos Aires, Teresita tuvo la sorpresa más grata de todo el viaje: ahí estaba él, cargando las valijas…el mismísimo Rubén Pretzel, el mismísimo que le había acariciado la mano, palanca de cambios de por medio. Él también la reconoció en seguida y sonrío al verla.

El viaje de vuelta hacía escala en Misiones. Y de Florianópolis a Misiones no son más que 3 o 4 litros de agua caliente y unas 5 o 6 cambiadas de yerba ( de mas esta decir que siempre tuvieron agua caliente, yerba y bombilla por lo que la escena no paso a mayores).

Rubén Pretzel era de esa provincia, y ahí se quedaba, el tramo a Buenos Aires lo hacia otro conductor. Fue una despedida breve pero intensa. La escala duraba 15 minutos y el entorno no daba para beso final. Él le pidió el teléfono para contactarla en sus viajes a Buenos Aires, pero ella fingió ser una persona racional y se negó a dárselo.

Le regaló el pinito con olor a limón que colgaba del espejo retrovisor. Ella lo ató a su mochila como amuleto, patió las ruedas como él le había enseñado y decidió que tenían aire suficiente como para seguir hasta Baires. Prometió mandarle de regalo una bola de espejitos para colgar en lugar del pino y volvió a subir al bus, con el corazón roto, pero un fresco aroma a limón de gomería que refrescaría su tristeza en los próximos días

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