lunes, 31 de mayo de 2010

Los trenes jamas van solo de ida.

-Buen día mi amor, el desayuno está listo. Debes apresurarte si no quieres llegar tarde al trabajo- la voz de su mujer lo incitaba a salir de la cama. –En un minuto estaré listo- respondió él con tan poca credibilidad como la de aquel que jura no fumar más aún con el cigarro encendido.
Casi todos los días se repetía la misma historia. Pese a ser un hombre muy trabajador, José detestaba las mañanas, sobre todo aquellas frías mañanas de invierno en las que despertarse al alba significaba madrugar antes que el sol (antes que el alba misma) y abandonar todavía en la oscuridad de la noche, la tibia calidez de sus precarias cobijas, peor aún, el tierno abrigo del abrazo de su esposa, que gracias a él podía darse el “lujo” de quedarse unas horas más en la cama.
Ella tenía un corazón de oro. Con sus casi setenta y cinco años había abandonado ya la enseñanza primaria hace poco menos de cinco. Dedicaba ahora todo su tiempo a una casa vacía de niños y a cuidar de su marido al que casi no veía hasta entrada la noche. Pasaba las tardes entretenida con absurdas telenovelas, sinfines de libros recién empezados y unas pocas cosas para lavar y planchar que dejaba acumular a lo largo de la semana. Amaba a José con toda su alma. Eso le daba la voluntad para amanecer siempre unos minutos antes que él, y prepararle un desayuno lo más completo posible que le provea las fuerzas necesarias para afrontar el largo día. Lamentablemente en los últimos tiempos, el completo desayuno se limitaba a unas rondas de mate y con suerte algunas tostadas con manteca, si sobraba pan de la noche anterior.
José estaba muy agradecido del gesto de Ana. Desayunar cada mañana le resultaba vital ya que muchas veces era su única comida hasta volver a casa por la noche. Pero más importante que unos pocos sorbos de mate, era el poder compartir unos minutos más con ella, antes de sufrir tantas horas sólo vagando en los andenes.
A sus 80 años la vitalidad del hombre era asombrosa. Claro que tenía sus debilidades, como ser los dos o tres resfríos que sufría cada año al llegar el invierno y que indefectiblemente lo tumbaban en la cama por al menos una semana. Era inevitable, a tal punto que Ana se hubiera preocupado si ese año no le hubiera sucedido. Pero pasó. La semana anterior fueron para él días no laborales, desde el martes hasta el domingo, y pese a la desgracia por no poder traer dinero a la casa, Ana disfrutaba en silencio los resfríos de su marido. Esa gloriosa semana era el único momento del año en que tenía la oportunidad de compartir días enteros a su lado y cuidarlo como siempre hubiera querido hacerlo. Pero era tan sólo una semana contada con los dedos. Su semana anual de vacaciones, podría decirse. Y hoy le tocaba nuevamente salir a lucha.
Después de disfrutar sus cinco minutos extra en la cama, levantó lentamente un extremo de la frazada que le cubría hasta el cogote. Una ráfaga de aire helado se coló por debajo y el frio en los huesos lo despabiló más rápido de lo necesario. Se apuró entonces a colocarse las medias y su camiseta de mangas largas, y ya protegido del crudo invierno, tomó algo mas de tiempo para vestirse por completo.
-¿Como te sientes hoy cariño?- Preguntó Ana mientras preparaba las tostadas llenando la casa de un aire espeso y perfumado de amaneceres. –Pues a juzgar por como me siento, creo que viviré al menos otros 80 años, ¿piensas que podrás soportarme todavía?-Rió él mientras colaba la bombilla del mate por el hueco de su sonrisa. –Podría estar a tu lado por el resto de la eternidad, es sólo que no creo vivir tanto. Quizás podamos seguir tomando mates en una vida diferente.- Lo besó en la frente y le colocó su abrigo en los hombros. –Anda, perderás el tren de las cinco si seguimos aquí de charla, ya tendremos tiempo de conversar cuando regreses por la noche. Te esperaré con una sorpresa para celebrar que te has recuperado del resfrío-
Ana no exageraba. Cuando miró el reloj en el umbral de la puerta faltaban siete minutos para que den las cinco en punto. José anduvo las largas calles de tierra que lo separaban de la estación a paso acelerado y llegó justo a tiempo para colgarse del último vagón del tren ya casi en marcha. -Cinco cuadras en seis minutos, es un buen promedio para un tipo de mi edad-pensó –y al menos se me ha ido un poco el frio-.
El hecho de que José comenzará tan temprano su jornada, no era cuestión de preferencias ni mucho menos. Llevaba ya algunos años en el negocio y a fuerza de pelearla tanto tiempo había aprendido como funcionaba y cual era la mejor forma de operar. Hacía más o menos un año había conocido a Martin, a quien ahora llamaba su “socio”, aunque a juzgar por la relación que tenían podría decirse que era su amigo.
Martin trabajaba también en los trenes, y el destino había querido que se encuentren unos meses atrás en la estación de retiro. No creo en absoluto en las casualidades, pero si creyera estaría convencido de que su encuentro fue una de ellas. Es largo de explicar. Retrasos, accidentes, cambios de idea a último momento. El caso es que sin saber cómo ni porqué, una mañana de agosto hace ya casi un año, José se encontró intercambiando ideas con este joven que como él, se ganaba la vida en los andenes.
-¿Qué pasa viejo?, ¿La calle está dura, no?- Apoyó en el piso una caja que aparentaba ser muy pesada y se sentó a su lado. Mientras se acomodaba el pelo con la mano debajo de la gorrita, comenzó a narrar su historia como si alguien se lo hubiera preguntado: -Decímelo a mi che, en este país de mierda, ni laburar en pá te dejan. Hoy por lo meno conseguí buena mercadería, pero ahora con esto del paro hace una hora que estoy acá sentado sin poder hacer nada. Y quién sabe cuánto va a durar…¿y vó? ¿Qué esta´ vendiendo?-. Un poco reacio a la conversación, José dudó si contestar o levantarse del banco y buscar otro sitio. No sólo acababa de llamarlo viejo, sino que encima sin ningún preámbulo, ahora intentaba sacarle información sobre su mercadería. Si continuó la charla fue simplemente por esa luz en la mirada de Martin que dejaba entrever que no tenía maldad. –Yo estoy igual que vos nene. Llegué aquí hace algo de media hora, en el último tren que dejaron circular, y aquí me ves. Y si te sirve algo de consuelo, no deberías preocuparte tanto, al menos tienes buena mercadería que podrás vender mañana cuando todo se solucione. Por lo que veo te quedan también muchos años de buena salud para seguir trabajando. ¿Cuántos años tienes?¿20, 21?-. Martín sonrió con picardía como si se hubiera sentido alagado –Tengo 16 che y me llamo Martin, creo que no te lo dije. Es que vengo tan sacado que ni me di cuenta de presentarme. Perdoná viejo. Y tene´ razón con eso de que me quedan muchos años de trabajo, pero a veces no se si ser pendejo y tener muchos años por delante es una bendición o una tragedia. No me dijiste che, ¿que vendé vo?-. José abrió el bolsito negro que solía cargar al hombro y que por el momento descansaba en el piso. Con cara más de resignación que de orgullo sacó de adentro unas pequeñas lamparitas de lectura portátiles. –Hace tiempo que estoy intentando terminar esta caja de lámparas, pero no es asunto sencillo. Aparentemente la gente ya no lee como antes, y las tengo que vender a diez pesos que al día de hoy pareciera una fortuna. Pero no tengo otra alternativa, hasta que no venda la última de estas lamparitas no puedo gastar en algo diferente, así que le pongo todo el empeño que puedo. Por suerte ya me quedan pocas. Y vos Martin, ¿qué estás vendiendo? ¿Cómo es que con 16 años no estás en la escuela con los chicos de tu edad?- Martin esquivó parte de la respuesta, cosa que el viejo comprendió sin chistar. Al fin y al cabo ahora era él quien se estaba entrometiendo en su vida. –Vendo golosinas viejo, e´ lo que mejor sale. Me di cuenta que la gente no tiene un sope, pero si pueden darse un gusto con unas monedas se lo dan ¿vite? Y ademá pueden dejar de leer, de escuchá música, pueden dejá de hacer un montón de cosas, pero de comer… ¡nadie puede dejar de comer! Así que ahora vendo chocolate, chicle, garrapiñada, lo que encuentre ¿vite? Y va…va bien. Escucha viejo, ¡no me dijiste tu nombre vo!...pero no se porque me caíste bien. Te propongo una cosa, yo voy todas la mañana a buscar la mercadería a una fabrica no muy lejos. Y despué vengo para acá y elijo para donde voy a ir ese día, pero siempre estoy acá a eso de las cinco y media para agarrar lo viaje de la mañana que son lo má lleno de gente. Ademá cuando la gente recién sale de la casa es cuando todavía tienen alguna moneda en el bolsillo, ¿vite? Si te va, yo te puedo conseguir mercadería, de onda lo hago, pa que tengas algo mejor que vender. Eso si, despué no ponemos de acuerdo y hacemo distinto recorrido porque sino me caga el negocio, ¿vite?. ¿Qué te parece? De onda te lo digo eh…no te pido nada…me pintó que podrías ser como mi abuelito ¿vite?
Hacía una semana que José no se encontraba con Martin por el tema de su resfrío y tenía tantas ganas de verlo que no quería llegar tarde a Retiro. Después de un año intercambiando breves charlas en la estación (además de intercambiar dinero por mercadería), Martín se había convertido en la segunda persona con más importancia en su vida. Después de su señora, claro. Llegó a las cinco y media clavadas. Y ahí estaba Martin en el lugar de siempre con sus dos cajas apoyadas en el piso: una para él, la otra para el viejo. –¡Eh viejo! ¡Volviste! Me tenías preocupado che, pensé que te había caído en las vía o algo. Hace como una semana que no te veo, ¿esta´ bien? –Tan bien, que creo que podría seguir viviendo otros 80 años- le contestó –¿crees que podrás seguir trayéndome golosinas ese tiempo?. - Martin le dio una palmadita en la espalda y dejó ver en su rostro la inmensa alegría que tenía de escucharlo. –Si es así yo voy a tener 96, ¡creo que podría seguir consiguiendo gangas! Tomá, esta es tu caja viejo, son 40 pesos, pero me los das mañana que debés estar seco después de una semana sin laburo. ¡Cuidate viejo eh!, y mandale saludos a Ana de mi parte, ¡esa vieja debe ser una santa para aguantarte en casa sin labura una semana!- . –Insolente- murmuró José por lo bajo cargando las cosas de la caja en su bolsito negro –será por eso que te quiero tanto-...

A las once de la mañana levantaron el paro de trenes. Con la presión del tiempo perdido y el dinero por recuperar, José y Martin comenzaron la jornada laboral: uno en dirección norte, el otro rumbo al sur. Cada uno con su caja cargada exactamente con las mismas cosas que el otro, pero con estrategias, discursos, técnicas, y sobre todo jovialidades diferentes. Mientras Martin recorría tres o cuatro vagones entre estación y estación, dando zancadas más que pasos, y vaciando gran parte de su caja, José paseaba por entre los asientos con una calma envidiable, recitando de memoria y en un tono completamente monótono el speech que su socio le había enseñado. El resultado al final del día solía ser siempre el mismo: ambos volvían a casa con sus respectivas cajas vacías. Martín llegaba a más tardar a las tres de la tarde, mientras José terminaba, con suerte a eso de las 8 o 10 de la noche.
El clima no ayudaba en absoluto al humor de los pasajeros. Una lluvia intensa rebotaba en las ventanas de los carros, en el supuesto caso fortuito de que tuvieran ventanas. Cuando no, un viento frio arrastraba los gotones hacia el interior, mojando todo aquello que se cruzara a su paso.
El reloj del a estación central daba ya las seis de la tarde. José tenía todavía algunas golosinas por vender, pero lo reconfortaba saber que al final del día Ana lo esperaría con una sorpresa. Caminaba un poco extenuado entre la multitud que colmaba los trenes de regreso, luego de un largo día de trabajo. Entre codazos y empujones se abría paso entre la gente repitiendo con igual monotonía que unas horas atrás, exactamente las mismas palabras. Intentaba respirar por sobre los hombros de quienes lo rodeaban, pero la altura no era uno de sus principales dotes, y la falta de aire se hacia cada vez más evidente. Pese a la ausencia de ventanas, la lluvia y el hostil clima de agosto, José sentía la transpiración de su cuerpo caer por la espina dorsal y la sien. Notó sus piernas debilitarse súbitamente pero al estar contorsionado entre la muchedumbre, todavía se mantenía erguido. Será una recaída del resfrío- Pensó- Tendré que volver antes a casa.
El mar de gente se abrió en un círculo gigante entre gritos de espanto y llantos ahogados. En el centro, el cuerpo de José tendido en el suelo mojado. Pálido, tembló por unos instantes y luego quedó tan blanco e inmóvil como una escultura de mármol de Carrara. El tren no se detuvo. Alguien llamó al ciento siete pero no supo decir con exactitud en dónde se encontraban. Las golosinas quedaron desparramadas por el piso, debajo de los asientos, como si fueran basura. No faltó quien, movido por un impulso primitivo de supervivencia, juntó cada pieza de chocolate ignorando, o queriendo ignorar por no sentir culpa, el cuerpo que yacía a su lado. Dos anónimas almas solidarias intentaron asistirlo, pero no parecía haber nada a su alcance para salvarlo. Tomaron el cuerpo en la estación siguiente y cargándolo como pudieron, lo trasladaron bajo la lluvia hasta el reparo de un tinglado de chapa. No parecía respirar ni dar señales del pulso, pero aquellos dos hombres no eran expertos en el área, y esperaban con impaciencia e incertidumbre la asistencia de la ambulancia. Mientras la lluvia seguía cayendo sobre el tinglado aportando al panorama una lúgubre melodía y con la caída del sol en el horizonte, caía también abruptamente la temperatura.
No podría decir si fueron horas o segundos. El experto tomó el mando de la situación y tras un simple chequeo cubrió el cuerpo de José con una fina sábana blanca. Los hombres del anonimato siguieron su camino a casa, con un poco de retraso, y algo más desanimados. El frio de la noche se adueñó del ambiente y la inminente caída del sol, una vez más puso fin al día.
Ana miraba el reloj de la cocina cada treinta segundos. “No es posible que aún no haya llegado.
¡Éste José!, con tal de vender todo lo que tiene es capaz de volver a casa a cualquier hora” - hablaba sola en la cocina mientras terminaba de arreglar los últimos detalles en la mesa que había preparado para él – “Pero sabiendo que le tenía preparada una sorpresa…es extraño que no haya vuelto desesperado a ver de que se trataba. Bueno, tendré que armarme de paciencia”. Ana tomó uno de sus tantos libros a medio leer y se sentó en el sillón de mimbre que tenían en la sala. Intentó distraerse con la lectura, pero como siempre sucedía, se sumió en un profundo descanso al terminar la segunda hoja.
Amaneció hecha una madeja, tiritando de frio, sintiendo unos aplausos mezclados con los truenos, que indicaban que alguien llamaba a la puerta. Creyó que José habría olvidado las llaves. ¿Qué hora sería? Estaba aún muy oscuro afuera y había perdido la noción del tiempo. Sin pensarlo demasiado, ente dormida y ansiosa por ver a su esposo, se acercó hasta la puerta. Abrió sin vacilar ni un instante, pero lo que esperaba al otro lado no era josé, sino las malas noticias.
Negación, incredulidad y un llanto ahogado y colmado de angustia se mezclaban con el golpeteo de las gotas de lluvia sobre la chapa. El oficial se limitó a pasar la información casi sin atravesar el quicio de la puerta, sin mucho menos dejar que sus sentimientos se involucren ni por un instante. Fue hiriente sin intención de serlo, simplemente por costumbre. Conciso y expeditivo: dejó a Ana una lista de pasos a seguir y formalidades por resolver, además de un sabor amargo y una penumbra en su vida, mucho más oscura que la que ya reinaba antes del alba. Se retiró de inmediato y casi en el mismo momento en que volvía a pisar la calle de tierra se olvidó por completo de la viuda y su tragedia. No había en su camino más iluminación que el destello de una pobre luna cuarto menguante, y el barro brotaba como un manantial desde las zanjas poco acanaladas. Con el agua hasta los tobillos y el corazón enfurecido alojó en su mente el último pensamiento en honor a las circunstancias: “Esta gente de mierda que se le ocurre morir en días de lluvia. Y encima venir hasta acá, a avisarle a una vieja a la que tampoco le queda mucho…como si la salud de uno no valiera mas que la de ellos…”
Sin querer creerlo del todo, y sin entender lo que sucedía, Ana se sentó nuevamente en el sillón a seguir esperando. Mil pensamientos surcaron su intelecto, fabulas, historias, pesadillas. El horror se apoderaba de si y estallaba en lagrimas de forma desgarradora; una ráfaga de optimismo la secaba del transe y sonreía con demencia jurando que todo era un mal entendido. Luego volvía el desconsuelo, mucho más fortalecido, incrementando su potencia a medida que pasaban las horas. El sopor de la angustia inundaba la casa y retumbaba en cada ambiente desafiando al silencio. No se movió, ya no sintió el frio ni registró el paso del tiempo. Fue presa de un agujero negro que la abstrajo del mundo y la llevo a la nada misma. A la solitaria y desterrada nada misma, en donde hubiera querido quedarse para siempre.
EL sol debía de haber salido mucho antes, pero el velo de las nubes era tan espeso que no dejaba atravesar un solo rayo de luz. Así de espeso era también el velo que Ana sentía en su alma. Fue unas doce horas después de la visita del oficial, cuando la noche caía nuevamente, que Ana por fin volvió a adueñarse de su razón. Hizo numerosas llamadas. Sin saber bien que decir, informó a los pocos familiares y amigos con los que todavía tenían contacto, recibiendo condolencias que no sentía del todo merecidas. Se encargó uno a uno de los trámites enumerados en la lista del oficial, derramando en cada uno un millar de penas y derrochando memorias atesoradas de momentos que ya no volverían. Sólo quedaba lo peor, el último paso de la extensa tortura que implica despedir a un ser amado de este mundo. Pero era ya entrada la noche y el viaje era largo. Al fin y al cabo no había apuro para reconocer el cuerpo en la morgue; de allí nadie se escapa.
Por fin asomó la luz en su ventanal sin cortinas ni postigos. Absorta pero ya sin lágrimas se calzó sus medias de lana negras y fue construyendo capa por capa, el atuendo más abrigado y más negro que pudo con sus pocos trapos viejos. Quiso tomar algo caliente antes de salir, pero con sólo poner agua en la pava del mate, el llanto nació mágicamente y le cerró la garganta. Se apresuró a salir, andando los mismos pasos hasta la estación que su marido recorría a diario y que ya no andaría. Sacó el listado del oficial humedecido por las lágrimas y verificó la dirección de su destino antes de seguir andando. Ciertamente lucía desconcertada. No acostumbraba salir de su casa sin compañía, más bien casi no acostumbraba a salir. Con los ojos hinchados y los zapatos viejos hundidos en el lodo, sin más lazarillo que un vacío abrumador y un sentido de la obligación que la incitaba a seguir caminando. Fue una hazaña poco loable. Finalmente llegó a la morgue.
“Se fue señora, así como lo escucha, por increíble que parezca, el tipo que busca se fue”- el empleado público intentaba explicar algo que parecía inexplicable. Drogada por la confusión y el cansancio, Ana ponía todo su buen corazón en ser paciente y comprender lo que le decían. No quería pasar por ignorante aunque sabía muy bien que en estos asuntos, lo era. “¿Cómo dice que se fue? ¿A dónde lo llevaron? ¿Lo trasladaron a otro sitio porque tardé un día en venir? ¡Dígame por favor en dónde encuentro su cuerpo! Necesito verlo, necesito entender que ya no está y despedirme…por favor”. A medida que hablaba su cara se colmaba nuevamente de tristeza y dolor, ahora sumados a una confusión cada vez mayor. “No señora, no lo trasladamos a ningún lado. El mismo se levantó y se fue. No sabemos a donde…estaba bastante enojado por el error como para darnos explicaciones”.
El viaje de regreso a casa pareció mucho mas corto que la ida. El ardiente sol del medio día había secado por completo las calles y abrazaba a Ana atraído por su atuendo negro, brindándole un calorcito reconfortante. Las aves trinaban festejando el fin de la tormenta y la hora del almuerzo se hacia evidente por la cantidad de aromas que flotaban en los porches de las casas vecinas.
Ahí lo encontró al abrir la puerta de calle. Sentado en mismo sillón de mimbre donde lo había esperado hasta el alba. Mirando sonriente la mesa todavía servida con tanto amor para dos. Lo abrazó con ternura y permaneció inmóvil sintiendo el latir de su corazón contra su pecho, alegrándose como jamás lo había hecho, de ese monótono palpitar.
“Creí que me habías dejado”- susurró por lo bajo con un cierto miedo a las palabras, y sólo quiso cerciorarse de lo que sus ojos veían - ¿Te encuentras bien? Preguntó.
- Tan bien, que creo que viviré otros ochenta años- respondió José con irónica alegría. - ¿Crees que podrás seguir preparándome estas deliciosas sorpresas y despertarme al alba con el desayuno todo ese tiempo?-
-No veo, porque no- respondió Ana riendo,- al fin y al cabo también tengo tres buenas razones para vivir otros ochenta años-
Sin disimular su intriga, José continuó indagando -¿Puedo saber cuáles son esas tres razones?
-La primera razón es que te amo. Y no tengo intención de abandonarte en este mundo solitario. Así que si piensas vivir ochenta años más, así tendré que hacerlo también. Sufrí mucho al pensar que te había perdido, y sería incapaz de hacerte pasar por lo mismo.
-Eso me alaga y a la vez me reconforta. También te amo Ana y no tenía ninguna intención de perderme tu sorpresa esa noche, es una larga historia la que tengo por contar si quieres oírla. Sólo dime primero, ¿cuales son las otras dos razones para seguir viviendo?
Con una mueca de picardía en los labios y una mirada juvenil como hace años no reflejaban sus ojos, Ana susurró la respuesta casi como revelando un preciado secreto: -Pienso vivir ochenta años más, primero, porque si; y segundo ¿Por qué no?.

jueves, 27 de mayo de 2010

Trapitos al sol en Altamar 11

Venecia 3- Martes 10-06-08
¡ Qué difícil es recuperarse de una trasnochada a bordo!. Entre que nunca se duerme del todo bien, un día que se estira un poco y ya nunca más tenes un día libre para recuperar.
Me tocó arrancar a las 8:30 porque a las 9 tenía “stores”. Explicación de Stores: dos veces por semana se hace la requisición de bebidas e insumos para los 8 bares. Cada bartender se encarga de pedir lo que necesita según el movimiento del bar. La gente del depósito separa las cosas que pidió cada uno y después son los propios mozos y bartenders, a los que le toque hacer stores, los que tienen que cargar caja por caja, llenas de botellas y distribuirlas por los bares. Parece sencillo, y no es que sea una tarea difícil, pero si demanda esfuerzo físico, porque caja cajita tiene entre 6 y 12 botellas, y hacerla llegar al bar implica subir caja por caja al carrito, arrastrar un carro de 80 toneladas por los pasillos con alfombras (de punta a punta del barco para no usar los ascensores de pasajeros) y descargar las cosas en donde toque. Como si fuera poco, el encargado de coordinar el Store, era Fernelis, el Headbartender. Una excelente persona pero con un nivel de estrés importante y muchas ganas de transmitírselo al resto.
El store duró hasta las 10:30 am. En realidad seguía, pero yo tuve que abandonar porque me tocó hacer el curso de “manejo de basura”. Como empezarán a notar, curso para todo: hay que separar lo orgánico del papel, de lo sanitario, del vidrio…
Las indicaciones terminaron justo para darme tiempo a dormir media horita y tragar algo en el comedor. Empecé a trabajar a las 12 en Plaza hasta las 4 de la tarde. En un intento por recuperar las horas no dormidas a la noche, me tiré de 4:10 a 5, y me tomé unos mates en el comedor con Majo para ver si me despabilaba un poco. A las 6 volví a trabajar y para cuando terminé a las 2 de la mañana ya estaba destruida. Entre una cosa y otra, a las 3 me morí en la cama.

Trapitos al sol en Altamar 10

¿Alguna vez te sentiste modelo publicitaria?

Algo así me pasó ni bien me embarqué. Desmitifiquemos el mito: es cierto. De los 600 tripulantes a bordo, calculo que más o menos el 75% eran hombres (incluyendo a todos los filipinos de la lavandería, la cocina y las maquinas). Y el mito del marinerito que baja a descontrolarse al puerto es cierto. Punto.
Pero peor es mientras están en altamar, porque en altamar los hombres también tienen necesidades sexuales, y si hay una mujer a bordo (o algo que se le parezca), no se escapa.
Me pasó ni bien me embarqué, que me sentí modelo de Playboy. Nunca antes me había pasado, que tantos hombres se dieran vuelta para mirarme, que me encararan mientras almorzaba o me llamaran a mi cabina sin yo siquiera saber quiénes eran. Era tal el acoso, que ya ni siquiera resultaba agradable. Durante la primeros días recibía llamadas constantes que resultaban muy irritantes porque cada vez despertaban a alguien diferente en la cabina (cuando lo más preciado que uno tiene en el crucero ¡es el sueño!).
De a poco fui entendiendo como funcionaba. Cada uno de los tripulantes tenía su pareja de barco. Al margen de sus respectivas familias en su país de origen, este “novio de barco” cumplía ese rol, no de amante, sino de pareja formal, con todas las letras. Asi, las chicas y sus “maridos” como llamaban los hondureños a sus parejas (pese a que no estuvieran ni casados ni mucho menos), dormían juntos todas las noches, salían a pasear de la manito felices frente al mundo, compartían todo: el día a día. Sin embargo a la noche era hora de llamar a casa y hablar con los hijos y el que tiene el anillo.
Fue chocante. Fue duro entender que alguien que tiene una familia completa esperando a que vuelva a su casa, puede tener también una vida paralela, como si nada. Que puede dormir todas las noches con otra persona, y saber que su marido o mujer en casa, también están durmiendo acompañados. Que además probablemente sean sólo unos meses los que comparta con este amor “de barco”, temporal, y que quizás ya no vuelvan a verse nunca más en la vida.
Creo que es algo sólo se puede entender una vez que se vive.
Yo no tenía una familia esperando en casa: pero también caí en la movida…

Trapitos al sol en Altamar 9

Venecia 2- Monday 09-06-08

¡Hay mamá! ¡Qué quilombo en la cabeza!
Fue un dia increíble, me levanté a las 9 am y a las 10 me fui caminando hasta Piazza San Marco. La Piazza me pareció una porquería, me la acordaba mas linda. Todo llenísimo de gente, sucio, a medio reparar las construcciones con lo cual todos los edificios lindos tapados: un bajón. El paseo en sí estuvo genial. Hablé por teléfono con Mamá y con mi hermanito Manu, me tomé una cervecita, y me volví al barco para almorzar. Comí algo, me dormí una siestita y a las 6 de la tarde entré a laburar a Plaza: ¡entrar a las 6 es la gloria!. A eso es a lo que le llaman “day off”, o día libre. Como los francos no existen porque se trabaja 7 días a la semana, el supuesto día libre es cuando se arranca a trabajar a las 6 pm, aunque después termines a las 4 de la mañana y hayas trabajado doscientas horas.
Venecia 2 solía ser bastante tranquilo, porque al estar en puerto, y en un lugar como Venecia, muchos de los pasajeros bajaban del barco a pasear en góndola o a cenar en las calles de Venecia y el barco quedaba un poco mas vacio.
Trabajé hasta la una de la mañana y me dejaron salir temprano porque al día siguiente me tocaba hacer “Stores”.
Para ponerle un poco de emoción a la vida y terminar este día tan agradable que venía sembrando, cuando terminé de trabajar me fui a la cabina de Carlitos “El chamo” y Rafa, que mas tarde sería RAFA, a tomar unos Baileys y charlar de la vida. ¡Necesitaba canalizar un poco con alguien!. Estuvo bien, tranquilo. Me fui a dormir finalmente a las 4 de la mañana.

lunes, 24 de mayo de 2010

Finges

Finges.
Y aunque lo sé,
mi alma se estremece
cuando te miro a los ojos.

Erudito en el arte de vender ilusiones
Y compartir un gozo efímero.

Sin anclas ni puntos de partida,
sin más demandas que el presente.
Habitué de lo fácil y superfluo:
tu debilidad latente.

Errabundo.
Prófugo de la verdad
que se disfraza en tu boca.

Mis manos se equivocan
Y acarician las tuyas…

Me contemplas absorto
Entre sorpresa y espanto.

Ni siquiera te esfuerzas en mentirme…

La tenue luz del alba,
enmudece mi llanto.
Antes de que amanezca
debo irme…

Descubro tu estrategia
y lo que callas,
oculto tras tu cómplice sonrisa.

Escapo de prisa
Aplaco mis instintos.
Si no compartieras tu cama
Tal vez...
Sería distinto.

Trapitos al sol en Altamar 8

Venecia 1- Sunday 08-06-08

Día capicúa: lindo día.
Me levanté para entrar a Plaza a las 10:30 y trabajé hasta las 2 de la tarde. Me tocó trabajar con dos rumanos en la barra: mi compañera de cabina Daniela, y Catalin, otro rumano que resultó ser lo más rebelde del mundo y que se llevaba para atrás con todos los otros bartender. Ya que estoy vale aclarar: los rumanos no tienen un carácter que uno diga “wow, que simpático”, más vale decir que, al menos los que yo conocí a bordo, son bastante caracúlicos y agresivos.
Apenas salí de Plaza me fui a buscar una camisa a la laundry (en el deck -2) y cuando llegué a la cabina me dijeron que había pasado Rafa a buscarme. Como no lo alcancé, bajé a caminar por Venecia con Heidi, nos tomamos el helado más caro de la historia y otra vez vuelta a laburar. Esta vez no hubo no special clean, ¡pero hubo inventario!, así que otra vez nos quedamos hasta las 3:30 am.

Trapitos al sol en Altamar 7

Saturday- Dubrovnik 07-06-08

Dubrovnik fue un día para rescatar. Me levanté temprano de más, porque en la llegada a Dubrovnik hay que atrasar el reloj una hora, y yo atrasé el reloj, pero no el despertador. ¡Otra vez boba! Asi que amanecí una hora antes de lo debido, que ya era temprano. Supuestamente había cabin inspection, pero nunca llegaron, con lo cual logré despegarme de la cama recién a las 10:45. Me tomé unos mates con Heidi y a las 12 entré a Café Plaza. Ahí me tocó hasta las 4 de la tarde, que me fui al deck 7 a tomar solcito hasta las 5. A las 6 estaba en Plaza de nuevo, ya había comido, obvio.
Desde las 6 en adelante no paré, pero se hizo entretenido porque a esta altura de la semana ya tenía un montón de pasajeros amigos. Ente ellos, el grupo gigante que había alcoholizado el día anterior con tequila, con quienes me termine ofendiendo porque entre tanta buena onda se les ocurrió cantarme una canción que decía algo así como: “Teresa, Teresa,Teresa, tiene las tetas tiesas”.
Al parecer uno se adapta a los cambios de horarios, porque terminamos de trabajar a las 2 de la mañana y me instalé a charlar con unos colombianos en el Crew Mess (el comedor de empleados) hasta las 3, y cuando llegué a mi cabina le seguí dando al pico con Heidi hasta las 4.

martes, 11 de mayo de 2010

Trapitos al sol en Altamar 6

Friday – Navegación 06-06-08

Este ritmo de vida descajeta a cualquiera. Ya no sabía ni por dónde empezar a escribir, porque todo lo que hacía en el día era trabajar.
Amanecí 10 menos cuarto. Salí corriendo al bar y trabajé en Plaza de 10:30 a 13:30. Bajé a comer, dormí media horita y me fui al Bar Marina de 15 a 17:30 (¡como si los horarios no fueran lo bastante jodidos, yo encima me equivoqué y trabajé una hora de mas!). Que boba. Salí de Marina, me cambié y subí a Plaza de nuevo, de 18 a 2 de la mañana.
Podría decir que pese a las largas horas lo pase bien gracias a la gente. Conmigo en el bar estaba trabajando Dieguito, un brasilero de veintipico de años que es un amor. Me enseñó todo, me tuvo mucha paciencia. Los clientes ese día también me tocaron copados: un grupo que no paraba de tomar tequila, al punto que se los terminé sirviendo en tacitas de café porque ya no tenía más chupitos (al mejor Pullmantur Stile), un señor que nunca supe cómo se llamaba pero que para mí era el del “Larios con Cola” y que por cierto se esforzaba en chamullarme, y el viejo Rafael, otro personaje. Rafael me presentó a toda la familia (que no eran pocos) y me cantaba tangos sentado en la barra. Al menos lo pase bien.
Llegué a la cabina a lavar el uniforme y como si fuera poco a limpiar el baño porque al otro día había “cabin inspection”. Seguramente a lo largo de la noche me mandé alguna, pero a las 4 de la mañana ya no tenía ni fuerzas para acordarme.

Trapitos al sol en Altamar 5

Mykonos 05-06-08

Así es en el barco, los días dejan de llamarse como en todos lados para empezar a tomar el nombre de lugares: Atenas, Rodas, Mykonos, Santorini, Dubrovnik, Altamar, Venecia y Venecia 2. Así se conformaba mi semana.
El día anterior me indispuse, lo único que me faltaba. En Mykonos, con menos ganas que nunca, me senté a escribir con unas ganas inmensas de tirarme a llorar en la cama. Y si, unas ganas acumuladas desde que salí de Buenos Aires, desde que vi por última vez al saliente, y encima ahora indispuesta y sensible como un bebe.
El trabajo reflejaba mis sentimientos: me peleé con un viejo por darle un coñac de 5 años en lugar de uno de 10. ¡Encima que es gratis!, y lo peor es que el viejo tenía razón. Trabajé desde las 2 de la tarde hasta las 3 de la mañana, con una mísera hora de descanso en el medio. Para rematar la noche, me tiré una taza entera de café encima, todo gracias a que algún genio de la cafetería dejó una taza llena entre todas las vacías sobre la máquina. Tuve que salir corriendo a mi cabina a cambiarme, porque la camisa blanca del uniforme parecía marrón, (además de estar yo toda pegajosa), poner la camisa en agua (porque dejar la ropa para lavar tardaba tres días, así que como si no tuviera cosas mejor, tenía también que lavar mi uniforme).
La noche terminó con “Special Cleaning”. Tocaba una vez por semana, según fuera a ser la inspección sanitaria de los diferentes puertos. Limpieza TOTAL. No es que no limpiáramos todos los días, pero el special cleaning incluía desde repasar los muebles, hasta limpiar las tapitas de cada botella por dentro para que no estuvieran pegajosas.
Trapo va, trapo viene, llegué a mi habitación a las 3:30 am y me senté a esperar que se desocupara el baño para darme una ducha. Estaba realmente que apestaba, No me soportaba a mí misma, y el baño tardaba, y tardaba…Finalmente cuando me levanté para meterme a bañar, había manchado el sillón: ¡para atrás!.

sábado, 8 de mayo de 2010

Trapitos al sol en altamar 4

Miércoles 04-06-08

Comencé a escribir desde la “intimidad” de mi cama. Me acuerdo antes de embarcar mirando videos de cruceros en internet: “¡y tienes tu espacio de intimidad! “ –decía la voz en off, mientras el marinerito cerraba la cortina de su cama. Nunca nada fue tan cierto. Toda la intimidad que se podía tener en una cabina de 2 metros por 2 metros, compartida entre 4 personas, estaba escondida detrás de la cortinita que “cerraba” cada cama. Yo aproveché esa intimidad para crear mi propio mundo zen: colgué una tira de grullas de colores que me había regalado Pili antes de salir y alguna que otra foto.
En ese micro hábitat empecé a redactar lo que había sido mi miércoles, a las 3 y media de la mañana, cuando por fin llegué a la cama:
El día arrancó a las 10 menos cuarto. Otra vez el Café Plaza, que al menos comenzaba a hacerse familiar. Me tocó zafar del simulacro porque alguien tenía que quedarse siempre de guardia, así que llamémosle suerte de principiante, mientras todos los tripulantes pasaban por el bar con su chaleco salvavidas puesto, agitados después de subir al menos 8 pisos por la escalera, yo servía uno que otro cafecito. Me tocó quedarme hasta las 3 de la tarde, con media hora de recreo para almorzar en el medio.
Ni bien me liberaron, pasé a buscar a Majo por su cabina para ir a tomar unos mates al deck 7.
Majo: si si, la gran culpable de todo esto. Un año atrás, charlábamos sobre la vida en altamar, tiradas en el verde pastito del Albert Park en nueva Zelanda. Ahí fue donde nos conocimos por medio de Celi, una amiga en común, y dónde nos hicimos muy amigas. (Tan amigas que hasta le perdoné haberme enganchado en el Zenith!). Un personaje sinceramente para recordar, una enana grande.
Los mates con la petisa terminaron a las 5, cuando tuve que ir a la oficina del Crew Purser a terminar de tramitar mi Crew Pass. Comí algo rapidito y adivinen ¿en donde arranqué de nuevo a las 6 de la tarde?...si, ¡en el Café Plaza!
Como me suele suceder en el trabajo, y sobre todo cuando soy nueva, me mandé las mil y una. Entre ellas, ante la falta de cocteleras tuve que batir las caipiriñas con la mano (obviamente, jamás a la vista del público). En definitiva: ojos que no ven….¡es mi mejor coartada!.
En el medio de la noche me tocó ir un rato a Rende Vous, me sentí una inútil. El no saber donde están las cosas y la cantidad de gente que me atosigaba cuando todavía no sabía ni los tragos de memoria fue bastante frustrante.
Cerramos Plaza a las 2 am. Para controlar las horas que trabaja cada uno (no se para que, porque nunca nos pagaron por hora, ni fue equitativa la distribución de horas entre unos y otros), al comenzar la semana teníamos que llenar una planillita en donde, día por día, poníamos la hora de entrada, la hora de salida a almorzar, la hora de vuelta, y así todos los intervalos que hubiéramos trabajando. Esa planilla tenía que estar siempre, siempre con nosotros, en el bolsillo, y al día. Mejor dicho, al minuto, totalmente actualizada. Imagínense la planilla después de que le cayeran 2 mojitos encima y doblada en 8 durante 7 días. Llegaba al domingo totalmente destruida. Lo más problemático de todo era la suma al final de la noche. Dos de la mañana, cuando la cabeza y no daba ni para dos por dos, y de golpe sumar horas minutos y segundos: 2 hs. 12 minutos, mas 3 horas 15, mas 6 horas 47, mas 35 minutos…me llevo dos semanas acostumbrarme a hacer las cuentas.

Trapitos al sol en altamar 3

Martes 03-06-09

Me levanté a las 11:30, después de un intento fallido de la rumana que duerme en mi cabina, por despertarme a las 10.
¿Les conté con quienes vivo? A ver… la rumana Daniela, una chilena que dice llamarse Heidi y una Hondureña que vaya uno a saber cómo se llama. Calculo que con el tiempo podré dar un poco mas de detalles.
Lo primero que hice después de vestirme, fue salir a buscar un lugar abierto. Un día entero entre los laberinticos pasillos del barco y ya me estaba dando claustrofobia! Le pregunté al primer cristiano que me crucé en el pasillo, y amablemente, demasiado amablemente, me acompañó al deck 7. Me bastó ver un rayito de sol sobre el mar para alegrarme.
El deck 7, como su nombre lo indica y para quienes no están muy relacionados con el vocabulario marino, es el piso 7 del barco. A lo que yo le llamo deck 7, es más precisamente un espacio abierto para la tripulación, con suerte 2 metros cuadrados, pero abiertos al aire libre, en la parte trasera del barco (llámese también popa o aft.-que nunca supe bien si era “after” o qué). La entrada, o mejor dicho la salida al deck 7, era por la puerta de la cocina principal que daba servicio al restaurante Caravelle, por lo que solíamos también llamar a ese espacio el “Phillipin smoking room”.
Después de la media hora que me llevó deshacerme de Jose (el buen cristiano que me había guiado hacia la felicidad del deck 7), bajé a mi cabina, busqué el mate, y volvi a ver el sol, tomando unos matecitos y disfrutando del nuevo viaje que recién empezaba.
La gloria terminó a las 2 de la tarde, cuando me tocó empezar el día en el Café Plaza. Ahí estuve asignada mis primeras dos semanas. Ese martes trabajé hasta las 6 de la tarde , bajé a “cenar” (malditos horarios gastronómicos…¡cenar a las 6 de la tarde! ), después le llevé todo el papelerío al médico, a las 7 tuve training de seguridad (el primero de una larga seguidilla de trainings) y a las 8 estaba otra vez en el Café Plaza hasta el cierre. El horario de cierre del Plaza era la 1 de la mañana, pero entre que terminábamos de echar a los gallegos y el papelerío y limpieza de cierre, nunca terminábamos antes de las 2 o 2:30 am.
Mi segundo día a bordo estuvo un poco mejor que el primero, calculo que es cierto eso de que el hombre es un animal de costumbre. Igualmente no hice más que preguntarme todo el día que cazzo hacía yo ahí adentro.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Trapitos al sol en altamar 2

Lunes 02-06-08
Mi primer miedo se resolvió para bien. Apenas se abrieron las puertas en el aeropuerto de Atenas vi un cartel de Pullmantur. No sólo me esperaban a mí, en el mismo momento llegaban unos 100 pasajeros. Un cartelito aparte, más atrás y más oscuro resultó ser el taxista que me llevaría hasta el puerto de …¿Pireo?...no se, ya lo aprenderé.
Durante el viaje me charlé todo con el griego. Bastante parecidos a nosotros los griegos, y por suerte hablaba bien ingles porque si no se me iba a complicar. De los carteles en la autopista no entendí nada, aunque si no fuera por los carteles la autopista perfectamente podría haber sido en Argentina. Unos 40 minutos de viaje y llegamos a destino: el puerto.
Me recibió Manol, me hizo sentar, y acá estoy…hace ya unos cuantos minutos Waiting, y si digo que excitada me quedo corta.
Sello va, sello viene, me pusieron algo en el pasaporte, en griego, que nunca lo entendí y ahí fui a enfrentar el barquito, con la mochila al hombro y la sonrisa de oreja a oreja.
Me bajaron el excite de un hondazo. Apenas puse un pie en el barco me pidieron la carta de empleo. Pase algo así como media hora revolviendo la mochila, tirada en el piso, en el medio de la entrada de pasajeros, sin poder encontrarla. La media hora más larga de mi vida, hasta que uno de los security se avivó un poco y al menos me corrió del medio. Una vez adentro y más tranquila, revisé todos los bolsillos y al fin la encontré. (Yo ya me había imagino de nuevo en el avión para Argentina).
¡Quizás me hubieran hecho un favor si me mandaban de vuelta!. Casi no me dejaron llegar. Presenté todos los papeles en lo que para mí era recursos humanos (mas tarde aprendí que lo llamaban “Crew Purser”), me secuestraron el pasaporte, y una vez privada de mi libertad me dieron una tarjetita que se iba a convertir en mi vida: el “Crew Pass”.
El Crew Pass es algo así como el documento de identidad del marinero. Con eso entras y salís de todos los puertos, subís y bajas del barco, compras en los bares del crucero… todo.
De la oficina del Crew Purser, al sector de uniformes. Acababa de pisar el barco y ya estaba en deuda: con la famosa crew pass me hicieron comprarme dos camisas blancas, me dieron un chaleco que parecía de circo, un par de camisas hawaianas para la piscina (si si si, antes era pileta, ahora es piscina, ¡ya lo van a entender!) y listo. Uniformada me llevaron a lo que iba a ser mi hogar: la cabina.
Vale destacar que como es lógico, en una hora de barco ya me había perdido al menos cinco veces. Los pasillos internos no tienen ni una sola ventana, bueno…claraboyas, y son angostos, oscuros, y llenos de puertitas, todas iguales. Mi cabina era en el tercer piso, cuando llegué el primer día estaba toda oscura, así siguió durante los 4 meses que estuve abordo.
Con dos días que llevaba ya sin dormir, el itinerario se me hacia agotador. Y yo que pensaba que el primer día era de bienvenida…
A las 3.30, una vez hecho todo el tramiterío, me acosté un ratito, y a las 5 me levanté para ir a trabajar. Si si si , primer día, después de un dia entero de viaje, me tocó el turno de 6 al cierre en el Plaza café.
A las 6 tuve el curso de orientación: “si suena la alarma de emergencia, tenés que salir corriendo con el chaleco hasta tu posición”- decía el Security captain. A mí me tocaba 10 fwd starboard side (termine de entender donde era casi cuando estaba por renunciar! Nos dieron un tremendo manual para leer y aprenderlo de memoria. Tipos de matafuegos, tipos de incendio, evacuación, bomba, primeros auxilios,¡ todo!
A las 7 de la tarde estaba trabajando. Bueno trabajando….intentando trabajar. Más perdida que aguja en un pajar.
Me habían dicho que a las 7 tenía que estar en el Café Plaza, piso 8. Tuve que preguntar unas 5 veces las direcciones para poder llegar. Claro…para los pasajeros es muy fácil, no salen del piso de su camarote, y los dos pisos donde están el teatro, los bares, restaurantes y con un poco de suerte, la piscina. En el Zenith, esos pisos eran el 7, el 8 y en el 11 el bar Marina, el Spa y la pileta.
En el 7 fwd estaba la parte inferior del teatro Broadway, a la salida un barcito miniatura de nombre “Harrys bar”, seguido por Rendez Vous (el bar más grande abordo con una capacidad para unas 150 personas sentadas ) y por último, el Restaurante Caravelle. Gigante. Capacidad aproximada para 700 personas sentadas.
En el 8, la continuación del teatro, parte superior del Broadway. Pegado al teatro, el Casino con su barra correspondiente y la oficina de excursiones; el siguiente bar era el Café Plaza, con un mini quiosquito al lado y en frente los locales duty free. Casi escondido al final del piso 8, en un remoto rincón, el bar Premium: Michael´s Bar: el único de todo el barco donde se pagaba la consumición, por tratarse supuestamente de bebidas de alta calidad.
Subi y baje, subi y baje, hasta que encontré lo que buscaba. Finalmente cuando estuve detrás de la barra, e intentaba descubrir en donde se guardaba cada cosa y cuáles eran los tragos que salían mas, me hicieron cambiar a otro bar.
Piso 7, el bar de Broadway, pleno comienzo de show, capacidad para 800 personas y todos entrando juntos y pidiendo al mismo tiempo. Digamos que en 10 minutos había que sacar al menos 500 tragos. Obviamente en el primer día, y en el apuro, todo lo que hice fueron complicaciones para el resto de los bartender.
No contentos con eso, apenas terminó el show, tuve que salir corriendo para el Harry s Bar. Ya les contare detalles, pero nunca pude entender la funcionalidad de ese bar, creo que no la tenía. Todo salía servido de Rende Vous que estaba en frente. Claro que esa noche todavía no lo sabía, por lo que me pasaba horas buscando cosas que nunca iba a encontrar.
¿La anécdota del día?. Fue en el mismísimo Harry´s Bar. Como lo único que encontré para hacer fueron caipiriñas, fue básicamente lo único que hice en toda la noche (bah…en la horita movida que me toco en Harry´s). Acosada por la horda de gente que salía del show y se topaban sedientos con mi barra, yo batía ávidamente una caipiriña, pero cuando terminé de batir, no pude abrir la coctelera. Haciéndose el héroe, uno de los pasajeros se ofreció a hacerlo por mi. En el primer intento me negué, pero frente a la insistencia no pude más que decirle que si. “Tené cuidado porque te la vas a tirar toda encima”- le advertí cuando vi la actitud que le ponía a la tarea. No llegué a terminar de decirlo, que ya se había bañado la camisita limpia, rosa, impoluta con la pegajosa cachasa.
Fue un día super largo. En 8 horas de trabajo me pasaron por cuatro bares distintos, y terminé a las 3 de la mañana limpiando el bar de la piscina.
¿Qué aprendí? Bueno, la frase más repetida por todos en mi primer día fue: “no le ponga sentimiento”. Después de cuatro meses de trabajo puedo afirmar que fue una de las cosas más sabias que me enseñaron, por el ambiente del que se trataba.

Trapitos al sol en altamar 1

Así es, se ve que no entendí nada de nada. Mi paso por Buenos Aires fue corto, y ahora empiezo otra vez una nueva etapa…

Domingo 01-06-08

¡Qué prolijidad eso de empezar a escribir un primero de mes! ¡No me suele suceder!
Cada vez me gustan menos las despedidas, sobre todo en el aeropuerto. Es como los entierros, ya se fue y ya se fue…¡y punto!
Anoche en casa se extendió más de lo pensado. Sábado a la noche, quizás por eso. Vinieron algunos amigos, tomamos algo y terminé yéndome a la cama como a las 5 am. Arrastrando resaca del día anterior y con una mezcla de alegría, nervios, excitación y tristeza, mi estado de hoy no es el más óptimo.
Para terminar el tema “Buenos Aires” y tratar de dejar todo atrás junto con el despegue, debo decir que me quedé bastante melancólica con el tema “Saliente”. La historia terminó con un encuentro semi -pasional unos días antes del viaje y un mensaje de texto la noche anterior, diciendo que no podía hablar conmigo. Lo entiendo. No se hasta que punto, pero lo entiendo. Realmente lo quiero muchísimo, y lo aprecio un montón como persona, pero ya está. Tema que quedó aparcado en el aeropuerto y que si Dios quiere retomaré cuando vuelva.
Solo me queda transcribir las palabras que le escribí después de esa noche en la que finalmente entendí la diferencia entre tener sexo y hacer el amor.

Mi mirada en tu mirada,
atravesando tus ojos.
Tu alma frente a mi desnuda
sin pudor de su despojo
encendió el deseo latente
de querer estar más que a tu lado
y no pude al tomar tu mano
mantenerme indiferente.

El calor de tu regazo
y el olor de tu perfume
se metieron en mi cama para que el frio se esfume.

Ambos huyeron de prisa
sin dejar por la mañana
más rastros que mi sonrisa.

¿Y si en verdad ni nos vimos?
¿Y si ese abrazo fue solo en mi mente?
¿Cómo es que yo desde entonces
miro al mundo diferente?

Si tu sigues tu camino,
(de mi, cada vez más lejos)
Mientras mi mundo gira en tu entorno
y nada es más que tu reflejo…


Ahora si, ¡mucho mas liberada! Ya puedo meterme de lleno en el viaje. ¡Como extrañaba escribir!
Esta vuelta todo fue diferente. Empezando por los pantalones bali de rayitas que los dejé en casa. ¡Nooo! Esos pantalones me acompañaron en todos los viajes. Caminan solos. Son capaces de recorrer Nueva York o Sardegna, conocen todos los aeropuertos, están en todas mis fotos….a esto me refiero cuando digo que odio las despedidas. ¡Snif! Además soy media cabulera, por lo que si algo sale mal, ¡ya tengo a que atribuírselo!
Hice la valija ayer a la tarde, con Pili que me ayudaba. Chiquita, pesa 17 kg y llevo 3 kg de yerba: eso es lo bueno de viajar al verano ( y mejor aún, saber que voy a estar de uniforme todo el día!).
¿Ya les dije cual es el destino? Vuelo a Atenas, donde me voy a embarcar en un Crucero Español que va desde Grecia hasta Venecia, parando en Croacia y en tres de las islas griegas.
No soné en el aeropuerto, pero por las dudas me palparon igual (¿habrá sido por portación de cara?). Llegué a la puerta para embarcar justito, y antes de que el avión despegue (con una hora de atraso), yo ya estaba durmiendo.
¿Asiento? 38 B. Le pedí ventanilla, pero me parece que la “B” no es “V” porque caí en el medio de la fila de tres. Cariñoso el tema, ¡apretadito!
Tengo tanta tarea para hacer, cosas para leer, también quiero descansar, y encima tengo pantallita. Creo que no voy a llegar a la peli esta vuelta.
¿Objetivos del viaje? Divertirme (con no sufrirlo me alcanza!), aprender, aprender todo lo que pueda, juntar plata si es posible y tratar de definir que es lo que quiero hacer de mi vida. ¿Será mucho pedir?
La gente de Alitalia me desconcertó: me cambiaron de “¿pollo o pasta?” a “¿carne o pescado?”, se ve que ellos lo de la pasta lo dan por sentado.
Me comi hasta lo que no había. Panza llena y corazón contento me disponía a empezar a hacer mis tareas, cuando de pronto me sonó el teléfono: (¡ya se que no se puede tener celular en el avión, no era el celu, era el propio teléfono del avión!) , y del otro lado, una voz que me decía: “ ¿Tere sos vos?”. ¡Eso si que no me había pasado nunca!. Cuando me di vuelta, sobre el otro lateral del avión, dos asientos más atrás, me saludaba Santi, un compañero de la facu que no veía hace años. ¡Qué chico es el mundo Dios!. Nos juntamos a tomar una coca atrás y nos charlamos todo: él iba rumbo a España a trabajar, los dos parábamos en Madrid, pero él combinaba para seguí a Mallorca y yo tomaba otro vuelo hasta Atenas.
Después de tremenda charla me volví al asiento a terminar mis deberes. Me tocó la peli: dramón de Holliwood, me lloré todo. Escuché un rato de música, y le pase por arriba al jovie de al lado doscientas veces. Dormía tan profundo que nunca se enteró.